Este post es una continuación de lo registrado en 2017 del proyecto BRIQé.
Nos volvimos a comunicar con Candelaria para conocer el estado del proyecto y esto es lo que nos cuenta:
Hace 10 años, llegué a la Comarca Andina del paralelo 42. No conocía este lugar remoto que explotaba de paisajes siempre cambiantes. La Patagonia es un inmenso páramo de árida estepa casi nada más.
Este rincón es como un vientre verde, nutrido de ríos y lagos, atravesado por un valle fértil donde crece la vegetación y con ella, todo el resto de los seres vivos. Pequeños marsupiales imposibles de ver como el monito del monte, hongos de cuento y las famosas bandurrias que surcan los cielos recortados por cerros y montañas.
Yo, viniendo de Buenos Aires, quede deslumbrada ante esta primera experiencia tan intensa de reconocer todo lo mágico y natural que tantas veces había oído describir por todos los turistas y viajeros que la visitan año tras año. Pasé una semana recorriendo cascadas, playitas y las cumbres nevadas entre otros “sitios de interés”. Evaluaba la posibilidad de cambiar de vida, de venir a instalarme aquí, sumándome a tantos otros que buscan una mejor calidad de vida alejándose de su ciudad natal.
Fue muy pronto cuando algo llamó mi atención, algo que no parecía formar parte del paisaje tan agreste. Pregunté y quedé muy sorprendida por la respuesta que sonaba tan naturalizada como inexplicable. Pertenezco a una generación que no creció dentro del paradigma de la educación y conciencia ambiental pero inmediatamente supe que algo no estaba bien.“Es humo. Durante la temporada de quemas, todo se quema y los días en los que no hay viento, el humo queda encajonado y el aire se vuelve bastante irrespirable”
A los pocos meses, cargué mi auto con todo lo que podía caber y nos vinimos a vivir a acá, al “Paraíso”. Me hice patagónica por elección. Me enamoré de esta región del planeta donde todo es extremadamente intenso e intensamente extremo.
Aquí, pocas cosas suceden a medias, para bien y para mal. Con el tiempo, fui aprendiendo y estudiando todo lo que pude ya que ese malestar inicial se volvía cada vez más inquietante. Aprendí sobre los bosques, sobre la diferencia entre sostenibilidad y sustentabilidad, hice cursos y talleres sobre estufas Rocket, sobre permacultura, sobre energías alternativas y todo aquello que estuviera relacionado con este nuevo mundo.
Por otro lado, comencé a vivir en este entorno de la Argentina Profunda, allí donde Dios no atiende y las condiciones climáticas y de infraestructura para sobrellevarlas, son tan diferentes de lo que son en la Capital. El requisito térmico para asegurar un cierto nivel de confort, es muy alto cuando la mayor parte del año es oscuro, lluvioso y muy frío. Los caminos y cañerías se congelan. Hay que tomar suplementos de vitamina D por la falta de sol. Los servicios públicos son precarios e intermitentes y algunos, dependen de la clemencia del tiempo…una brisa, una nevada o la ausencia de lluvias del período estival, hacen que todo colapse. Si uno tiene gas de red, internet, agua y luz en simultáneo, puede considerarse un completo privilegiado. La red de cloacas es para un puñado de elegidos. Los incendios arrasan con todo lo que encuentran a su paso feroz, mascotas carbonizadas, esqueletos de vehículos y viviendas, hierros derretidos y el suelo convertido en ceniza forman parte del espectáculo dantesco que me ha tocado ver. Esto, no significa nada al lado de las personas que murieron o todos los que sufrimos un estrés post traumático que tratamos de sobrellevar como podemos.
Pero volviendo al tema del humo, y luego de volverme ambientalista, tomé conciencia de que todo lo que se quemaba, la “biomasa”, era considerada un residuo y para su disposición final, se destinaban muchísimos recursos públicos y privados. Esta era una parte del problema, la otra era el riesgo. Como el ser humano es un “bicho” de costumbre, para el poblador es completamente normal transitar con un vehículo en una ruta con 3 metros de visibilidad y como el león que salta a través de un aro encendido, avanzar entre fogatas que pueden tener hasta 5 metros de altura, a cada lado de la banquina. Puede parecer algo exagerado pero es así. Las fogatas colosales son cotidianas. En toda la zona y basta con que se levante algo de viento para que se desmadren y avancen incontenibles sobre todo lo que las circunda. A diferencia de los bancos de humo que sin una brisa al menos, se estancan impactando sobre la calidad del aire, del suelo y del agua. De modo que se hace difícil elegir entre ambas calamidades. Existen a su vez, varias problemáticas asociadas cuando podemos observar el impacto producido por la extracción del recurso leñero que se obtiene en la tala indiscriminada de especies nativas que en teoría, están protegidas por la Ley de Bosques.
Comencé a analizar la trazabilidad de este recurso tan valioso en virtud del requisito energético a resolver, identificando las fuentes y las consecuencias al final del proceso así como lo que se podría resolver con solo cambiar el concepto de “residuo” a “recurso”
Para resumir, encontré la ligazón que resolvía la problemática ambiental entendiendo al ambiente como corresponde, con la sociedad integrada como parte vital en su interacción con el medio “natural”. Esta, resolvía no sólo los aspectos mencionados sino otros como los residuos de la agro-industria, la acumulación de aserrín y viruta en montañas de los aserraderos cuyo impacto ambiental y riesgo de incendios es pavoroso, la utilización del bagazo en la creciente industria cervecera local, etc.
Por otro lado, la posibilidad de plantear un horizonte de oportunidad de migrar hacia energías más limpias y renovables, fomentando la economía circular y potenciando la economía regional en varios sentidos, uno de ellos es asegurando la protección de los servicios eco sistémicos, la protección del paisaje como bien máximo incluso como recurso imprescindible para el desarrollo del turismo.
La solución no era ninguna genialidad sino más bien, una aplicación de lo que se llama sentido común que a veces es el menos común de los sentidos. La respuesta se encontraba en utilizar toda la biomasa disponible para que pudiera utilizarse como combustible en el formato de “briqueta” *para que pudiera ser utilizada en distintos artefactos como ser estufas cocinas a leña, etc.
Esta fue la idea-proyecto fue presentada en todos los organismos que pude encontrar, desde el municipio hasta el Ministerio de Ambiente de Nación, pasando por el BID y Unicef. Esta última porque en la meseta, muchas veces son los niños los encargados de “juntar leña”. Como este recurso es muy escaso, los pequeños deben caminar cada vez más lejos de sus viviendas para encontrarlo. Esta tarea les demanda mucho tiempo y es una de las causales del mal desempeño escolar o la deserción definitiva.
Armé una idea-proyecto que fue presentado en el programa “Agro emprende” y allí se obtuvo un premio-mención. Toqué todas las puertas, mandé cientos de mails, reconfiguré el proyecto muchas veces para perfilarlo según cual fuera el destino. El reconocimiento del valor del proyecto fue inversamente proporcional a las oportunidades. Me prometieron instancias que nunca llegaron y en algunos casos, me hicieron preguntas que no podía responder con datos concretos sino con una oración que no me cansé de repetir. Los diálogos eran más o menos así…
-¿Cuántas familias no tienen acceso al gas de red o envasado en la Provincia?
-¿Cuánta superficie de bosques se tala en un año?
-¿Qué cantidad de biomasa produce la industria maderera y/o forestal?
“para saber eso, debo contar con recursos que me permitan investigarlo”
Hoy, ya pasada una década desde mi llegada, comprendí que debía haber un proceso social que anteceda a este tipo de cambio de paradigma y por otro lado, la materialización de los proyectos como estos, deben conjugar una demanda social con una respuesta de organismos conformados para estos fines. Los recursos de tiempo, energía y sobretodo los económicos, difícilmente podrían ser sostenidos en el tiempo en esta sociedad establecida entre mi persona y el más ferviente voluntarismo. Puedo observar que hay elementos que evidencian una toma de conciencia sobre esta problemática. Se comienza a considerar que el humo no es algo “natural”.
Se han comenzado a chipear y compostar algunos restos de poda y tala. Se comienza a tomar más conciencia sobre el riesgo y el impacto de las quemas. Entiendo que falta mucho por hacer y que muchas problemáticas no fueron aun abordadas pero ya hay un camino trazado, una hoja de ruta donde ya al menos, se vislumbra un horizonte de mayor información y conciencia ambiental. Comenzar a cuestionar ciertas prácticas tan naturalizadas es necesario y fundamental.
Los datos duros, por supuesto que sigo sin tenerlos, pero el propósito ya ha dejado de ser una Utopía y quizá esto que escribo, pueda colaborar con dar algunos pequeños pasos en esa dirección.
Para terminar, quisiera agradecer infinitamente esta oportunidad de compartir mi humilde experiencia y evocar al gran Eduardo Galeano que resume en esta breve frase, aquello que nos alienta a mantener la esperanza de un mundo mejor.
Candelaria Aguilar
DNI 22.080.108
Lago Puelo, Provincia del Chubut.
Octubre de 2022
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